Traducción de fragmento de Un Autobús Verde Sale de Alepo, de Jan Dost
Dost, Jan (2020). Un Autobús Verde Sale de Alepo (traducido del árabe por Naomí Ramírez Díaz), Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
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«Ese día, todos los calendarios de las paredes, así como los instalados en los teléfonos móviles y en los relojes, marcaban las 10 de la mañana de mediados del último mes del año 2016. Solo los calendarios que estaban en las paredes de los edificios destruidos apuntaban el día del bombardeo, mientras que los relojes (de pulsera) en las muñecas de los muertos bajo los escombros marcaban los momentos terribles de destrucción que afectaron a muchos barrios de Alepo y a otras ciudades afligidas. Desde el inicio de la guerra en aquel frío viernes habían pasado 5 años de miseria y siete meses todavía peores. La sangre fluyó abundantemente sin que el Consejo de Seguridad, cercenado por el poder de veto, pudiera tejer un vendaje para detener la hemorragia.
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La gente salía uno a uno de los barrios desolados y derruidos, buscando cualquier medio que los llevará a cualquier parte. Lo importante para ellos era salir de sus barrios, que en los últimos días se habían convertido en un infierno, y abandonarlo por un lugar menos infernal, un lugar donde la muerte fuera menos costosa.
Esto es lo máximo a lo que aspiraban en aquellos días los habitantes del este de Alepo. Habían olvidado el lujo de desear lo imposible, que era un cielo sin aviones que se entretenían proyectando ruinas y dibujando escombros, o en soñar con calles donde no cayeran bombas que hacen volar edificios y los derrumban sobre las cabezas de sus habitantes. Los habitantes de Alepo aprendieron que en las guerras se desploma el techo de los deseos, pero el techo cae sobre los propios deseos hasta que no queda más que desear una muerte rápida en lugar de vivir en un terror insoportable.
Muchas personas de diferentes barrios como Karm al-Qaterji, al-Firdaus, al-Sukkari, Tariq al-Bab, al-Kalasa, Bab an-Nairab, Bustan al-Qasr, al-Muyassar, al-Shaar, Salah ed-Din, al-Liramun y otros barrios se despidieron de sus casas o de las casas cuyos dueños abandonaron antes que ellos y que fueron ocupadas por ellos, y acudieron en masa al punto de reunión de los autobuses verdes, llevando bolsas sobre sus cabezas, sin saber qué meter en ellas debido a la enormidad de la situación y a la gravedad del estupor.
Unos niños pequeños, que corrían detrás de sus padres, caían al suelo, luego se levantaban sobre sus fríos pies y reanudaban la carrera, aferrando con sus manos frías y asustadas lo que llevaban, sin llorar ni pedir ayuda a sus padres, que iban delante de ellos y no les prestaban atención.
En los seis años de escasez, los niños han aprendido que la guerra no tiene piedad de los débiles. Los niños se han dado cuenta que para sobrevivir es necesario caminar con indiferencia, en paralelo a su opuesto, la muerte.
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“Las guerras son ciegas” pensó (Abu Leila) mientras contemplaba su rostro [de una niña] austero que delataba la dureza de los días vividos. Vio en ella la semejanza con su nieta Maysun.
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Maysun era la nieta más querida de su abuela Nazli, una fuerte mujer kurda del pueblo Sharran, en la región de Afrín. Ese amor solo fue posible porque el abuelo (Abu Leila) siempre repetía que los ojos de Maysun eran una réplica exacta de los de Nazli.
-Gloria a Dios, el creador. No pensé, Nazli, que Dios crease unos ojos tan hermosos como los tuyos.
-Los días de belleza (buenos) se fueron, Abu Leila. Se han ido.
Esta breve conversación entre la anciana pareja se repetía a menudo, seguida de un largo silencio, y entonces cada uno de ellos fustigaba su fatigada imaginación, conduciendo el carro de la memoria hacia los días de juventud y amor.»
Traducción de Beatriz Hernández