Traducción de fragmentos de El mesías de Darfur, de Abdelaziz Baraka Sakin
Baraka Sakin, Abdelaziz (2021). El mesías de Darfur (traducido del árabe por Salvador Peña Martín). Editorial Armaenia.
La presente selección ha sido tomada de la traducción de Salvador Peña.
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«Abderrahmán lo había olvidado todo, hasta los dos cadáveres que tenía encima cuando la encontraron. Había olvidado la guerra y el estruendo de los aviones, había olvidado la matanza en la que habían sucumbido su madre, su padre y sus 3 hermanos, Harún, Ishaq y Musa. También la separación de su hermana Máriam, de quien decían que vivía en algún campo de refugiados de Chad; si, a lo que parecía, no cayó con los demás, fue porque salió a coger leña con otras muchachas. No estaba, pues, segura de cuál sería su paradero, solo contaba con conjeturas y expectativas; pero si seguía con vida, Máriam era el único familiar que le quedaba. Había olvidado la experiencia de la primera violación, durante la batalla, y olvidó la segunda y la tercera y la cuarta, en el campo de refugiados de Kalma; o acaso consiguió olvidarlo todo en un acto de su voluntad. Lo importante era que Abderrahmán quería pasar esa página de su vida, y nadie sabía por qué no había olvidado también su nombre, lo que podía haber hecho en cualquier momento de su vida. La tía Jarifía la había prevenido de las consecuencias que podía acarrear remover el pasado, hablar de la guerra y todo lo demás; ambas estaban más que hartas de todos aquellos horrores y de las noticias que la guerra generaba. Lo que querían era comenzar de nuevo.» [Pp. 49-50]
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«Por su cabeza rondaban ideas dispares. Había perdido el contacto durante años con su familia, que ignoraba cuál era su paradero; acaso lo creían más que muerto. La última carta, que les envió por medio de la Cruz Roja, era muy larga y, de no ser por la escasez de papel, les habría escrito mucho más. Podría haber rellenado millares de hojas, pero los miembros de la Cruz Roja tenían otros quehaceres al margen de su correspondencia personal y no podían esperar durante días a que escribiese una carta tan larga como deseaba. Sintió que hablaba con cada uno de ellos, percibía el aliento de su respiración y los gestos de sus caras, oía sus consejos. Con el bolígrafo en la mano podía enjugar las lágrimas de su madre, quien lo veía muy abatido:
Estoy en un campamento bastante seguro, la guerra ni se nota. Dentro de poco se aplicará el acuerdo de paz y podrán volver los prisioneros. Iré directamente a Kasala. La comida es abundante y la verdad es que no tenemos nada que hacer, salvo dormir y jugar a la baraja. Mamá, puedes estar tranquila, no te inquietes por nosotros. Me gustaría tener noticias de mi hermana Ámal, que se habrá graduado en la universidad hace años, ¿no? Papá, escríbeme…» [Pg. 159]